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Los Mineros de la Operación Chavín De Huántar: Héroes Olvidados


El martes 17 de diciembre de 1996 una noticia recorrió el mundo: un comando terrorista en Perú había tomado la casa del embajador japonés y convertido en rehenes a más de 900 personas, muchas de ellas de las altas esferas del gobierno y la política. Eran tiempos difíciles, donde el terrorismo estaba lejos de ser poca cosa y cobraba innumerables víctimas. Muchos recuerdan esta “Crisis de los Rehenes” y la posterior “Operación Chavín de Huántar” que los liberó, pero quedó encubierta para la mayoría la historia de los 24 valerosos mineros y 2 Ingenieros de Minas que fueron los encargados de construir los túneles sin los cuales la operación de rescate hubiera sido imposible. ¿Quiénes fueron estos mineros? ¿De dónde salieron? ¿Cómo hicieron los túneles?.. Hoy queremos responder ampliamente estas preguntas y reivindicar a estos valerosos héroes olvidados.


LA TOMA DE LA EMBAJADA Y EL RECLUTAMIENTO DE LOS MINEROS


Réplica de la residencia tomada, hecha para planificar la toma militar
La toma de los rehenes se produjo en el distrito de San Isidro en Lima, mientras se realizaba una recepción con motivo de las fiestas nacionales de Japón en la Residencia de su Embajador. Un grupo de 14 terroristas armados y disfrazados de camareros tomaron como rehenes a más de 900 personas entre empresarios, diplomáticos, religiosos, militares y políticos. Durante las primeras horas fueron liberadas las mujeres, las personas consideradas “no importantes” y los diplomáticos de países considerados “amigos”.

Después de sucesivas liberaciones durante el mes de enero quedaron en la residencia diplomática japonesa 72 personas durante un período de 126 días. A cambio de su liberación los terroristas pedían que se pusiera en libertad a 400 miembros del MRTA que se encontraban encarcelados. 2,166 periodistas acreditados (1,276 peruanos y 890 extranjeros) cubrieron las noticias diariamente.

El presidente dio un mensaje el 21 de Diciembre, condenando la toma de rehenes y anunciando que no se liberarían líderes terroristas para cambiarlos por ellos. Propone, sin embargo, un Comité de Garantes para iniciar las negociaciones.

Paralelamente a esto, se elabora un plan militar basado en la elaboración de una réplica de la embajada y la construcción de túneles subterráneos para preparar un rescate sorpresa. El Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas encargó al jefe de la División de Fuerzas Especiales del Ejército, general EP Augusto Jaime Patiño, la elaboración de dicho plan operativo. El general EP José Williams Zapata, por encargo de Jaime Patiño, diseñó el plan de operaciones «Nipón 96» (llamado después “Chavín de Huántar”). El coronel EP Jesús Zamudio Aliaga quedó como responsable de los túneles y de la seguridad en las casas aledañas.

Zamudio no perdió tiempo. Emprendió, junto a miembros del Servicio de Inteligencia, un viaje secreto al campamento minero San Cristóbal en la provincia de Yauli, en Junín (a 40 kilómetros de la ciudad de La Oroya y a 170 kilómetros de la ciudad de Lima) que producía zinc, plomo, cobre y plata. Allí, a 4,750 msnm, donde se hace minería subterránea desde la época de la colonia, que perteneció a la Cerro De Pasco Coper Corporación y que en ese momento era de la estatal Centromín Perú (actualmente de Volcan), encontraron los hombres que harían realidad los túneles planificados.


Mina San Cristóbal
Fueron 26 profesionales mineros seleccionados, todos con amplia experiencia en la perforación de túneles en los macizos Andes: un ingeniero jefe de mina, un ingeniero de seguridad, sobreestantes, oficiales y operarios. Se les dijo que tenían la tarea de rescatar a los obreros de una mina en Puno que habían quedado atrapados y que debían partir inmediatamente.


PROHIBIDO RENDIRSE [1]

El 14 de enero los mineros partieron del aeropuerto de Jauja en un avión militar Antonov. Pero nunca llegaron a Puno sino al Aeropuerto de Las Palmas en el distrito de Surco en Lima. Un bus los llevó de allí a la Brigada de Fuerzas Especiales, ubicada en el cuartel Alfonso Ugarte, frente al local del Servicio de Inteligencia Nacional. Los mineros quedaron atónitos.

Un teniente coronel, que también hablaba quechua, les dio la noticia: eran los seleccionados para una gran obra a favor de la democracia y del Perú, serían los constructores de los túneles que darían libertad a los rehenes de la residencia tomada. Pero habría un precio. Perderían todo contacto con el exterior y con sus familias, y vivirían, dormirían y trabajarían allí, junto a un equipo de policías sin uniforme, en dos casas alquiladas en la calle Marconi, colindantes con el jardín posterior de la mansión japonesa. Los mineros aceptaron con resignación pero también con el patriotismo que el momento demandaba.

La convivencia, sin embargo, no fue fácil. Tenían que hablar en susurros, compartir espacios reducidos, rancho de tropa y dormir en ambientes comunes sobre camastros militares. Acostumbrados al seco frío andino, se ahogaban con los 30 a 35 grados del sofocante verano limeño, más aún dentro de los túneles que empezaron a crecer rápidamente al ritmo de su destreza. Los ventiladores que les instalaron no ayudaron mucho.

La tierra extraída era cargada en unas vagonetas que corrían por un riel hasta el inicio del túnel. Allí, sus compañeros procedían a su embolsado y, por una escalera de madera de cuatro metros de altura subían los sacos de yute para almacenarlos en el jardín. Después, en la madrugada, los cargaban en los furgones de la policía para su traslado hasta un descampado al interior del servicio de inteligencia.



Mientras tanto las esposas de los mineros reaccionaron ante la falta de noticias. Fueron a La Oroya a reclamar, luego al cuartel militar de Jauja y finalmente, cuatro de ellas, hasta Puno: No había noticias. La presión hizo que, en Lima, les permitan a los mineros escribir breves cartas a sus esposas a condición de no revelar su misión ni el lugar donde estaban. Más adelante, ante la crecida de los rumores, las cuatro mujeres fueron llevadas en un Antonov a la base militar de Pisco, al sur de Lima, donde se encontraron con sus maridos. Recién pudieron entender y encontrar algo de calma.


LOS TÚNELES DE LA LIBERTAD

Plano de los Túneles de la Operación Chavín de Huántar

Los túneles excavados fueron cuatro. El principal y el más extenso de ellos partía de la casa situada en el 255 de Marconi y alcanzó una extensión de ciento veintiocho metros de largo, con cuatro bocas de salida. La primera salida conducía a la escalera de la terraza por donde salieron los rehenes confinados en el dormitorio del Embajador. Las tres restantes daban al jardín lateral derecho y por ellas asomaron los comandos que abrieron con explosivos la pared de ese sector.

En el extenso túnel, dos metros antes de la segunda boca de salida, se abría un ramal de poco más de sesenta metros de longitud que pasaba por debajo del salón principal, el comedor de gala y la cocina, lugares por donde debían producirse las primeras explosiones. Los otros dos túneles eran de menor extensión. Medían veinte metros cada uno y sirvieron para el ingreso de un grupo de comandos a la parte posterior de la mansión, zona desde la cual, con escaleras portátiles, evacuaron al resto de rehenes del segundo piso.


Todos los túneles tenían una profundidad de cuatro metros y una altura y anchura de metro sesenta. El túnel principal partía en diagonal hacia el jardín y, a la altura de la escalera que da a la azotea, cambiaba de rumbo para poder rodear la residencia y llegar cerca a la puerta principal. En puntos estratégicos salían los ramales.
La precisión en el recorrido de los túneles se verificó constantemente sacando a la superficie una delgada varilla de metal que era monitoreada a la distancia por el ingeniero responsable, a través de binoculares. Un día, los nervios casi les explotaron al notar que la varilla era movida desde el jardín. Las desesperadas movilizaciones solo cesaron al confirmarse que era un gato jugando con ella.

La tarea demandaba una gran cantidad de madera necesaria para el encofrado de los techos y las paredes de los túneles. Estas se traían clandestinamente, ya pre cortadas según las indicaciones del jefe de obra, para evitar mayores ruidos. En el caso de los túneles cortos utilizaron arcos de metal en lugar de encofrado.

El otro problema fue sacar la tierra removida. Fueron unas mil cien toneladas de tierra las que se sacaron de los túneles. Poco para los niveles acostumbrados de una mina regular, pero mucho si su transporte debía hacerse invisible, en medio de un territorio plagado de periodistas. Para la tarea se destinaron tres furgones policiales en los cuales cargaban la tierra embolsada en sacos, para salir furtiva y pesadamente durante la madrugada hasta el local del Servicio de Inteligencia. Estas evasiones nocturnas se repetían varias veces.

Al túnel principal se ingresaba por una abertura cuadrada de un metro de ancho con bordes de madera y cemento. Una escalera de madera descendía hasta cuatro metros de profundidad y de allí la poca altura obligaba a caminar inclinado. Siete metros adelante y hacia la mano izquierda, se encontraba el ambiente principal de operaciones: paredes revestidas de madera, una mesa de trabajo, seis sillas, tres pizarras blancas, fluorescentes en el techo y ventiladores. En las pizarras se anotaban los seis encargados de cada turno y los integrantes de las cuatro guardias, A, B, C y D. Cualquier novedad era comunicada por teléfono.

El ambiente sirvió también para almacenar los implementos de trabajo, el agua para los mineros y los utensilios de primeros auxilios, evitando así necesidad de salir a superficie.

La construcción avanzó a un promedio de dos metros por día, salvo los cinco días de suspensión por el reclamo de los emerretistas, en la primera semana de marzo, que decían escuchar ruidos bajo tierra, y quedó concluido el 16 de marzo. En total, ciento veintiocho metros de extensión.


DISTRACCIÓN Y DESCUBRIMIENTO


El problema de los ruidos en la construcción de los túneles no se dio en Marzo. Se había detectado ya a fines de enero a través de una de las cartas de los rehenes. Decía que el ruido lograba escucharse desde la mansión. Fue por esta razón que se mandó helicópteros a sobrevolar el área, se movilizaron tanquetas y se pusieron altoparlantes alrededor con música ensordecedora. Fue una distracción necesaria para evitar complicaciones con los terroristas pero torturadora para los rehenes, los vecinos y los propios mineros.

La treta duró hasta el 6 de marzo de 1997. A las 10:30 am el cabecilla terrorista Cerpa Cartolini informó públicamente que suspendía el proceso de diálogo porque había comprobado la construcción de un túnel. “Desde hace tres días nosotros hemos venido escuchando algunos ruidos debajo de lo que podría ser el piso de la residencia. Y esto, hoy en la madrugada, se está dando con mayor intensidad”, declaró.

Al día siguiente dos diarios nacionales, “La República” y “El Comercio”, confirmaban la construcción de un túnel como parte de un plan militar del gobierno para intentar un rescate. Según la nota ellos sabían desde semanas atrás sobre la construcción de los túneles pero habían decidido  guardar la información en reserva.
El presidente y los garantes guardaron silencio sobre el tema y a los mineros se les ordenó detener la construcción por unos días. Les faltaba muy poco para terminar.


EL ROL DE LOS TÚNELES EN LA TOMA DE LA RESIDENCIA


El 22 de abril de 1997, a las 3:21 de la tarde, después de los fracasos en las negociaciones y usando como motivo el hecho que los secuestradores negaron la frecuente atención médica a los rehenes, se produce el asalto.

Los túneles fueron fundamentales para el factor sorpresa. A pesar de que los terroristas sabían de su existencia no tomaron las suficientes previsiones y, además, cometieron un grave error: aislaron a los rehenes en el segundo piso y ellos se concentraron en el primero, convirtiéndose así en un blanco fácil.

El plan militar había recobrado protagonismo y ahora las probabilidades de éxito eran mayores. Desde los túneles se colocaron explosivos debajo del comedor, la biblioteca y sobretodo de la sala, y se los hizo explotar en el momento en que los secuestradores jugaban su acostumbrado partido de fulbito de las tardes.

Otra vez, la amplia experiencia de los mineros en las labores de voladura, comunes en las minas, fue fundamental. Ellos asesoraron en la colocación de los explosivos en la cantidad adecuada y en los lugares estratégicos para mantener la integridad de los pasajes, ya que los túneles no solo servirían para el fulminante impacto inicial sino que deberían usarse luego para la movilización de las tropas. Cuando todo estuvo listo los mineros dieron por concluida su tarea y se alejaron con la sensación del deber cumplido. Era el momento de que los militares esperaran la orden de ataque.



LOS TÚNELES Y EL RESCATE


La toma de la residencia duró apenas 36 minutos y se caracterizó por su extrema violencia. Tres grandes explosiones, casi simultáneas, se registran en el interior justo debajo de los pies de los terroristas distraídos que hacían deporte. Los túneles abren mortales gargantas y dejan extensos forados en el primer piso.

Inmediatamente a las explosiones estos conductos son usados por los comandos para acceder por sus diferentes ramales a diferentes puntos de la residencia en el jardín trasero.

Los soldados salen de los túneles y ascienden rápidamente por escaleras portátiles que tenían listas para iniciar la evacuación de los rehenes. Todo este movimiento había sido practicado una y otra vez en la réplica que se hizo del edificio.

La incursión fue considerada “un éxito rotundo” en base a su saldo final: solo un rehén y dos soldados fallecidos, además de la totalidad de los terroristas. Todos los demás fueron liberados.



EL SECRETO QUE EL TÚNEL SE LLEVÓ

Poco después de la operación de rescate salieron a la luz unos pocos testimonios de sucesos extraños ocurridos dentro de los túneles durante la operación.

El suboficial de la policía Raul Robles Reynoso declaró: “Al ver que una columna de rehenes se dirigía al by pass de mi punto (pequeño túnel de la casa Nro. 1), bajé al jardín donde se encontraba la entrada para recibir a los rehenes, quienes en su mayoría tenían rasgos orientales, y uno de los terroristas sale del túnel cogido del brazo con uno de los rehenes de rasgo oriental… di cuenta inmediatamente del capturado a través de la radio a mi jefe inmediato, que era el teniente coronel ZAJ y me indicó que mandaría recogerlo. Después de unos cinco minutos, ingresa un comando a la casa Nro. 1 por el túnel del jardín y le entregamos al emerretista capturado. Este comando lo hizo regresar por el túnel hacia el interior de la residencia… Nunca más volví a verlo”.

El libro “El secreto del túnel” añade: “Cuando los comandos de la Patrulla Tenaz terminaron su misión de liberar a los rehenes, un destacamento de infiltrados se desplazó por el túnel corto con salida al jardín posterior de la residencia. Eran miembros del llamado Escuadrón de Seguridad Júpiter, la tropa clandestina que operaba desde el Servicio de Inteligencia en labores de seguridad para Vladimiro Montesinos y en la ejecución de diversas tareas ilegales.” Se añade luego la sugerencia de que fue este comando el encargado de cegar la vida de los tres terroristas capturados con vida.

Estos hechos fueron materia de extensas discusiones, reclamos e investigaciones que desviaron la atención hacia el ángulo morboso de los sucesos y ocultaron aún más la impecable contribución de los mineros.



LOS MINEROS RETORNAN A SU HOGAR

A los mineros no se les permitió regresar a casa luego de terminado su trabajo y se mantuvo sus nombres en secreto. Se les informó que era por razones de seguridad, aunque lo más probable es que fuera para evitar que la prensa los hallase y alcanzaran el protagonismo que su labor merecía.

Los mineros habían recibido todo ese tiempo sus habituales sueldos y lo único adicional que se les concedió fue un paseo a Machu Picchu, a finales de abril, más para seguir alejándolos de los medios que para premiarlos por su labor.

Recién el 2 de mayo de 1997 se les permitió retornar a casa. El reencuentro con sus familias fue muy emotivo aunque tampoco fue registrado por la prensa. Sus historias quedaron así escondidas para el país y el mundo. Regresaron a sus labores con la sensación de haber hecho una gran contribución al país pero también con el extraño sabor de la falta de un agradecimiento proporcional.

Diez años después, el 08 de mayo de 2007, el presidente García les otorgaría, a los 24 de mineros, créditos de vivienda por 15 mil soles y los haría desfilar en las paradas militares.

La firma del decreto que promulgó se realizó, sin embargo, en una ceremonia privada en la que participaron la presidenta del Congreso, Mercedes Cabanillas, el alcalde de Lima, Luis Castañeda Lossio, y los ministros de Vivienda, Hernán Garrido-Lecca, y de Energía y Minas, Juan Valdivia.

"Queremos agradecerles humildemente y hacerles un aporte que no representa sino una mínima parte de lo que ustedes merecen", dijo García. Fue el único acto reivindicativo que recibieron hasta hoy.



HÉROES MINEROS OLVIDADOS

La toma de los rehenes duró 126 días. Los mineros participaron en ella 109 entregando sacrificial y valerosamente todo su profesionalismo y destreza en las labores subterráneas. Sin los túneles construidos por ellos la operación Chavín de Huántar no hubiera sido posible ya que eran la columna vertebral del plan, no solo para un decisivo ataque inicial, sino para el ingreso de las tropas a toda la residencia y, luego, para el retiro de los rehenes hacia una casa segura.

Han pasado 17 años de todo esto y lamentamos que, tal vez por hechos colaterales o por la mezquindad del momento, se haya omitido sistemáticamente la historia de la indiscutible e impecable labor de los mineros que contribuyeron a la pacificación del país y al inicio de la etapa de crecimiento que vivimos hasta hoy.

Que este artículo sirva en algo para saldar la deuda pendiente que el Perú tiene con los mineros de la Operación Chavín de Huántar, y contribuya a que al fin los reconozcamos como lo que son: nuestros héroes olvidados.







[1] Se ha tomado para esta parte información del capítulo “El túnel de los mineros” del libro “Secretos del túnel. Lima, Perú: 126 días en la residencia del embajador del Japón” de Umberto Jara

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